Antonio Cilloniz de la Guerra

Según la sombra de los sueños

MEDICIÓN DEL TIEMPO
(de Su propio afán)

1
Todo es presente para el tiempo,
cautiva suspensión de eternidades;
aun cuando estén ausentes
futuras y pasadas existencias.
Mañana -demasiado pronto-
será pasado para algunos
o -demasiado tarde- ayer ha sido
futuro siempre de otros.
Rama de primavera
que alienta en el otoño,
cenizas que arden todavía,
ya que todo se muestra en cada instante,
aunque sean nostalgias o esperanzas vanas.

2
El tiempo
no mide nada.
Nada le importa la existencia, ni la propia muerte
nada le importa.
Nada le importan nuestros días breves de alegría,
ni nuestras hondas noches de tristeza,
nadie le importa.
Porque el tiempo no es un reloj
con el cual midamos los hombres la esperanza
o la desesperada espera de la muerte;
porque tampoco el tiempo es nuestra agenda
donde meticulosamente vamos anotando
lo fugaz que resulta nuestra vida.
El tiempo existe al margen de los calendarios
y lejos
del alcance de la mano del hombre.
En realidad
se parece más a los animales
que nómadamente copulan, defecan, cazan y duermen
sin mercados, sin cuartos de baño, sin oficinas
tan sólo
siguiendo el rastro del destino
o las huellas fatales de su instinto,
sin preocuparles ya la muerte.
Pero en verdad
lo que más distingue a los hombres de los animales
no es el copular y defecar en secreto.
En realidad los hombres no sobresalimos
por hacer de la caza o el sueño una actividad privada,
ni siquiera lucrativa porque cacen otros para nosotros,
o permitiendo que hasta sueñen
que defecan y copulan lo mismo que nosotros,
sino por haber domesticado animales
e incluso haberles puesto hombres a su servicio.
El tiempo existe verdaderamente
al margen de lo que hagamos o recordemos
haber hecho los hombres.

3
El corazón no tiene edad, no sabe
de los pequeños lirios, atesora
tan sólo tiempo, como el sol
arde, pero él en sombras vive
las esperanzas del futuro
o los recuerdos del pasado
como un presente no vivido ni soñado.

AÑADIDO A LA MEDICIÓN DEL TIEMPO
(de Su propio afán)

Porque no hay un tiempo absoluto, sino sucesivos antes y después de cada instante, el tiempo es una lluvia fina, que nos cala los huesos.
El tiempo es una ráfaga súbita de viento, que levanta el polvo y mueve los árboles; y el imperceptible crecimiento de los árboles a la par que la hierba.
El tiempo es siempre el movimiento; el lento desmoronamiento de la tierra, que se hace arena.
También el incesante ir y venir de las olas del mar; los espirales de humo en que se van deshaciendo todos los fuegos.
El paso de las efímeras nubes por el cielo; la impetuosa carrera de los ríos que se precipitan por su cauce, como un potro salvaje.
Todo eso es el tiempo.
Así la alternancia del Sol y de la Luna; la sucesión de formas en cada constelación de estrellas; las variaciones mínimas en la posición de la Tierra, que modifica el ángulo con el que la luz incide; y, por ello, la más ligera perturbación  de las sombras.
El tiempo es la contemplación de los objetos en instantes sucesivos y conciencia simultánea de presencia y recuerdo en la memoria; simple continuidad de una fugaz intemporalidad.
Y cuando todo esto haya concluído, el tiempo será la propia conclusión; y será por tanto también la quietud; y entonces, y sólo entonces, servirá para medir la magnitud de su misma inexistencia.
Porque no hay tiempo, sino espera; no hay lugar, sino postración.

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