Antonio Cilloniz de la Guerra

La constancia del tiempo

FRUTOS DEL MISMO ÁRBOL
(de Contra la condena de las flores)

1
Enterramos a los abuelos
en esta tierra dura y seca
que con sus huesos ellos roturaron
para que fuera
aún
más nuestra dentro. Y sin embargo
el campo
era de trigo
y de maíz sembrado
para cosechas siempre ajenas.

2
Quemando los árboles de la selva, entonces
cultivando claros, así
vivíamos.
Pero en el centro de este gran desierto
ahora
donde no se oyen vientos
ni hay lluvias
que alejen bien las dunas
¿cómo sembrar
ya si los árboles
por quemar somos
nosotros mismos?

3
Estábamos tranquilos.
Tranquilos pasábamos hambre y frío
y hasta dolor humano.
Puesto que nos habían prometido un cielo
a cambio de esta tierra
resquebrajada y dura.
Pero ahora hasta el cielo nos lo quitan
porque nos devuelven la tierra
a paladas sobre nosotros.
 
4
Tras los mitos de las tres carabelas
y de los trece de la Isla del Gallo
apuesto a que descubriremos nuevas tierras
en los cotos de los Duques de la Conquista
y en los de todos
sus herederos.
 
ESQUEJE DE FRUTOS DEL MISMO ÁRBOL
(de Contra la condena de las flores)

En mi país veíamos
en el Palacio de las Cien Culturas
un mapa infinitamente mayor
que las tierras representadas.
Fue la manera
en que los responsables de tales medidas
engrandecieron su figura
como una sombra en el ocaso.

LA CONFESIÓN DEL SIERVO
(de Nunca hallarán mis labios)

Señor,
perdona que no frecuente tu casa
porque día tras día
estoy amasando ladrillos.
Perdóname, Señor,
si a la noche caigo
en la tentación de mis sueños.
Porque mientras mi hermano anda descalzo
subiendo al monte
para hacer penitencia por nosotros,
yo no me canso
de remover montañas de arena y piedras.
Y cuando arrepentidos otros
te prometen un templo aún mayor,
entonces yo,
Señor,
tiemblo.

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