Antonio Cilloniz de la Guerra

Entrevista de Márlet Ríos

 

–A primera vista, su poesía se diferencia notoriamente de la poesía de sus contemporáneos. No hay referentes culturales y políticos visibles, tropos, temas compartidos con los otros poetas de la década del 60, al menos con los más renombrados. ¿Estuvo cerca de algún grupo (literario o político) en esos años, antes de partir a España o a su retorno?
–Precisamente ésa, la notoria diferencia de mi poesía con respecto de la de los poetas contemporáneos del Perú, es una de las características de mi poesía más destacada por la crítica. Así pues, mi pronto exilio a España para estudiar Filología Románica en la Universidad Complutense (1961) fue la causa de que no perteneciera a ningún grupo poético dentro de mi generación y que a la vez el tema del Perú apareciera en todos los primeros libros, Después de caminar cierto tiempo hacia el este (1971), Fardo funerario (1975) o Una noche en el caballo de Troya (1987), con una perspectiva y persistencia, frutos ambas del sentimiento de nostalgia que proporciona el destierro, al margen del tema de la dictadura franquista como se evidencia en mi primer libro Verso vulgar (1968).
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–La poesía peruana de la década de 1960 no estuvo exenta de una postura beligerante y de reivindicación política, la cual es asumida luego directamente por los poetas de Hora Zero, entre otros. A la luz de los años transcurridos y de los acontecimientos posteriores (disolución de la URSS, caída del Muro de Berlín y de los socialismos realmente existentes, etc.), ¿cree que los poetas deben seguir apostando por una clara postura política en sus textos? ¿Hoy en día podemos tomar como referentes válidos los casos de Vallejo y González Prada?
–Bueno, habría que distinguir entre manifiestos y poemas. El problema del Perú en aquel entonces era que el libro 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui, publicado en 1928, seguía vigente en los años 60. Y ése fue el motor interno no sólo del compromiso político de los 60, sino también de los 50, como se refleja claramente en Edición extraordinaria. Lo que era propio de los 60 en principio fue la revolución cubana, después llegaría la muerte de Javier Heraud y las guerrillas posteriores del Perú, hasta el proceso revolucionario finalmente.
No sé si los interrogantes últimos de la pregunta apuntan a mi obra. Si fuera así, he de decir que no todo el conjunto de mis poemas es de carácter político; también hay diversos poemas o incluso libros enteros de carácter metapoético, amatorio, fúnebre, etc. ¿Tomar hoy día como referentes válidos a Vallejo o González Prada? ¿Por qué no? ¿Por qué no también a Eguren o Martín Adán? O Garcilaso de la Vega, el español, o Góngora o Lope o Quevedo. ¿Por qué no? El asunto es el resultado estético, porque hablamos de poesía. ¿O la pregunta se refiere a los ensayos de Vallejo y González Prada? Entonces también, insisto, ¿por qué no Eguren?
Lo que deben hacer los poetas es apostar por una clara postura estética en sus textos, sean de índole política o social; aclaro, social es también un poema fúnebre o de amor, un epigrama, un madrigal, son también sociales.
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–¿Cómo llegó a involucrarse en el proyecto reformista del Gobierno militar, proviniendo de una familia de terratenientes? ¿Tuvo trato cercano con dirigentes importantes como Héctor Béjar, Jaime Llosa, Carlos Delgado? ¿Ha podido hacer una evaluación o balance crítico sobre ese periodo de su vida?
–El golpe militar de Velasco Alvarado fue en octubre de 1968 y para entonces mi visión del mundo había sufrido ya una importante transformación que me llevó a adquirir una conciencia social revolucionaria. Ya desde antes había un sustrato político-social en mí, que facilitaría un posicionamiento ideológico distinto al de mi entorno familiar y social de terratenientes oligárquicos como correctamente formula la pregunta, consistente precisamente no sólo en la constatación de las injusticias sociales generada por un Estado gobernado por la oligarquía, que diseñaron débil para que respondiese sólo a sus propios intereses y no fuerte gracias a unos impuestos que, aunque resultasen algo gravosos para sus negocios, sirviesen al menos de nivelador social y económico que evitase su desmoronamiento final como clase dominante, sino también al comportamiento miope de la plutocracia, más que por su indolencia ante tantas injusticias, por su desinterés en favorecer la existencia de unas clases sociales con poder adquisitivo suficiente, a través de unos salarios dignos para sus empleados, que permitan la formación de un mercado nacional que propulse su propia economía agraria, industrial o comercial, esto es, la conversión de una sociedad feudal en capitalista. Pero hubo dos factores fundamentales que propiciaron mucho más dicho cambio en mí; uno operó socialmente sobre todo con las lecturas de César Vallejo, José Carlos Mariátegui, Ciro Alegría y José María Arguedas, el otro políticamente por las experiencias al residir en España durante la dictadura franquista. Y mi incorporación al proceso revolucionario fue al ámbito cultural en 1973 desde la Editorial del Instituto Nacional de Cultura, pero fue muy breve porque ya se sentían las orientaciones contrarrevolucionarias que desembocarían en el contragolpe de Morales Bermúdez, al margen de los impedimentos surgidos desde la propia Dirección General.
La reflexión posterior de dicho período de mi vida es que volvería a apoyar el proceso revolucionario porque, aunque cometió varios errores, al menos produjo un cambio social importantísimo y necesario en el Perú, como fue dotar de la misma dignidad a todos los peruanos, ante la ley, ante la sociedad y ante ellos mismos.
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–Su propuesta de englobar a los poetas peruanos nacidos a partir de 1940 y 1950 en una generación de 1968 no es muy conocida. ¿Cree que esto se debe por la hegemonía de los críticos establecidos?
–Que yo sepa, son muchos los que coinciden con lo que yo propuse en 2004 durante el Segundo Congreso de Peruanistas de Sevilla. El porqué hay todavía cierta crítica que sigue hablando de poetas del 60 y del 70 es algo que escapa a mi conocimiento, aunque se podría suponer que obedece a un interés de varios poetas en preferir ser cola de león o cabeza de ratón, según el caso y supongo yo que cierta crítica amical continúa divulgando dicho criterio o quizás lo haga solamente por inercia. El tiempo se encargará de dilucidar esto, como ha ocurrido antes con lo de generación del 40 y del 50, que ya nadie sustenta.
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–¿Cree que algunos poetas peruanos están sobrevalorados por la crítica literaria? Pienso, por ejemplo, en poetas como Xavier Abril o Armando Rojas que no son tan "masivos" o populares hoy en día como Pimentel o Cisneros.
–Eso es algo que a mí, personalmente, no me preocupa. La crítica es un faro o una brújula sólo para aquél que la necesita. Pero para seguir con la metáfora, el mismo sol y el propio polo norte, que hacen de faro y brújula a todos los demás, es el premio Nobel, en este caso de literatura. Y ¿a alguien le preocupa actualmente que dentro de la literatura en lengua castellana hubiesen recibido el premio de la Academia sueca tanto José Echegaray como Jacinto Benavente, por ejemplo, y no Rubén Darío o Valle-Inclán o César Vallejo o García Lorca? ¿Eso habla bien de los primeros y mal de los segundos? Yo creo que el tiempo nos pone a todos en nuestro sitio, a los poetas, sí, pero también a los críticos.
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–¿Cree que la influencia de la beat generation ha sido perniciosa o positiva para la poesía peruana? Muchos poetas jóvenes de las últimas generaciones siguen tomando como referente valioso a Ginsberg aunque olvidan a Gary Snyder, Michael McClure (aún vivos) y Kenneth Rexroth, quien fue el mentor.
–Ninguna influencia per se es perniciosa en la vida y por tanto tampoco en la literatura; otra cosa es la manera en que se refleje dicha influencia, esto es, la Beat generation en su momento significó lo que de modo más amplio en otros poetas fue la influencia de los poetas estadounidenses como Whitman, Pound, Eliot o Lowell, entre otros. Nada nace de la nada, el famoso nihil novum sub sole; lo importante es no ser copia, porque la expresión poética debe responder a los parámetros espaciales y temporales del yo lírico.
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–Recientemente dio un recital poético en el local institucional del Gremio de Escritores del Perú, al que pertenecen poetas dinámicos y representativos como Armando Arteaga, Jorge Luis Roncal, entre otros. ¿Qué tal la experiencia de reencontrase con el público?
–Lo más importante del acto reseñado fue saber de la existencia del "Gremio de Escritores del Perú", un proyecto ilusionante hecho realidad, que evidencia la pujanza de los poetas que lo integran y a quienes deseo perseverancia y éxito. Además del exquisito trato recibido, fue gratificante recitar junto a otros valiosos poetas jóvenes y ante un público tan motivado por la poesía. Por último, señalar que resultó ser muy emotivo para mí, pues representó un magnífico colofón a las presentaciones de mis obras realizadas anteriormente en Lima, Trujillo, Arequipa y Cusco.
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–¿Puede comentarnos sobre sus proyectos literarios recientes?
–Acabo de publicar este año en Hipocampo mi obra completa Opus est. Poesía completa (1965-2016) en cuatro volúmenes, pero al margen de la obra completa, es Victoriosos vencidos lo último que he escrito y que he publicado también en Hipocampo, con un prólogo, "Vuelta a una poesía interhumana", de Antonio Melis, importante y reconocido peruanista recientemente fallecido. En la edición aparecen seis poemas, que son también los reseñados en el prólogo, pero el libro ha seguido creciendo hasta alcanzar los nueve poemas, por tanto hay tres poemas inéditos pertenecientes a este libro, que llegaron tarde a la edición de Lima y que espero incluír en una próxima edición.

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