Antonio Cilloniz de la Guerra

César Ángeles Loayza

Cillóniz entre nosotros. La soledad de la protesta

"Aunque es amarilla mi esperanza/ y rojo/mi convencimiento"

(La constancia del tiempo: p. 77)

Dividido en seis estancias cronológicamente ordenadas (desde 1965 a 1986), el libro La constancia del tiempo (Viva Voz, Lima, 1990) es la obra completa del poeta Antonio Cillóniz (Lima, 1944). Radica en España desde hace 15 años, y es un escritor insular en la promoción del 70. Hace poco estuvo en Lima para presentar su libro.

Si cabe condensar en una clave la, a su vez, condensada, irónica y medida poesía de Cillóniz, quizá acertaríamos al decir que es un caso solitario (solo como un cactus) de silente provocación contra el orden occidental y cristiano: No hay más dios que gastro/ […] Su templo […] / donde los licores y los manjares/ bajan devotamente a las letrinas (p. 47-48). Lo clásico y mil veces –fetichistamente– celebrado cae: Entró un loco/ dando de martillazos a la Piedad./ Hasta que le saltó un ojo,/ le quebró el tabique nasal,/le rasgó el velo, le cercenó una mano [...]/ No tuvo piedad./ Sin abandonar su asiento/ la madonna no soltó el cuerpo inerte de su hijo./ Quedó mirando al iconoclasta/ sonsa,/ tuerta,/ fea como un boxeador (p. 85).

Poesía simpática, de dramatizaciones articuladas por el humor y, sobre todo, la urticante ironía, esta antología de Cillóniz comienza y termina con una vuelta íntima sobre el propio oficio de poeta y un terco afinamiento en el paisaje natural. Es, además, un voto en contra de la alienante vida generada en la ciudad moderna. Por ello, los condensados poemas nos evocan a una clase media golpeada por la prolongada crisis económica que, sin embargo, favorece a una minoría (Cf. Palomino, de Jorge Pimentel: la exacerbación de este lamento). Al respecto, un poema emblemático es “Caldo en freezer sobre las verduras y las carnes”: […] a mi alma/ 3 veces llegan con los burros cargados/ para comprarme en vilo/ pero yo que soy una cabeza  un corazón y al fin/ y al cabo un pene/ me siento en el cuarto insatisfecho/ escribo una página cualquiera/ sobre las verduras y las carnes,/ la meto en una olla/ y dignamente me siento al borde/ de la cama/ solo y desesperado (p. 80).

Lo Revista Nº 188 (setiembre, 1990): 65. Este artículo se reproduce de acuerdo al original, con ligeras enmiendas de estilo hechas por el autor (febrero, 2018).s mejores conjuntos son Después de caminar cierto tiempo hacia el este y Fardo funerario (1968-1972). Aquí, el soporte social de la disconformidad del poeta sintoniza con colectivos nacionales y de Latinoamérica: Llevo estos escritos sobre pancas de maíz (p. 54). La asimilación de la lección histórica da buenos resultados (en lo que son irónicos maestros Juan Gonzalo Rose y Carlos Germán Belli).

La poesía de Cillóniz tiende a la relampagueante brevedad del epigrama y el madrigal; en general, sortea bien el facilismo con versos contundentes: Quise tocarte el corazón/ y sólo acaricié tus senos (p. 155). Su lenguaje coloquial, antiacadémico, muestra marcas netas del clima irreverente y fresco de los 60, la influencia de la poesía anglosajona y el rouseauniano tópico del buen salvaje (amor a natura). Aquí reaparecen, como en Hinostroza, Cisneros y otros poetas de este fértil período, “la tribu”, “los indios”... en sorprendente imbricación  con elementos de la ciudad contemporánea.

Se cierra el libro en olor a réquiem. La lúcida mirada ante la metafísica, la religión y trampas semejantes se mantiene, desmitificadoramente, en pie y a favor de la materia: Señor,/ perdona que no frecuente tu casa/ porque día tras día/ estoy amasando ladrillos (p. 161).

Pero la individualidad del poeta trasunta fatiga. Al no recrear el cotidiano social (tan violento aquí como en España, donde radica Cillóniz) sino, más bien, el margen, la metapoesía y las “resonancias”, la soledad del individuo declina: […] siempre despierto/ vivo/ ya con la muerte (p. 153). No que el tiempo de la poesía no tenga su lugar, sino que, al parecer, otros tiempos (como el histórico) no emocionan más al poeta. La fragilidad asoma su pata.

Quizá también, por ello, hacía el final se acentúa la íntima veta amorosa aunque con salvajes destellos vitales y, siempre, desencantados, solitarios: Cómete  mis manos que te acariciaron/ antes que te maten.../ Pero guarda mi cuerpo/ para que repose junto a ti/ y te maldiga (p. 95).

[Revista Nº 188 (setiembre, 1990): p. 65. Este artículo se reproduce de acuerdo al original, con ligeras enmiendas de estilo hechas por el autor (febrero, 2018).]

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